El cuadre

Martirena

I
Cuando le dijo: «Mi amor»,
con voz joven, de pepilla,
como un beso en la mejilla,
la frase le dio rubor.
De pronto, sintió un vapor,
y temió que le subía
su presión, igual que el día
que le dijeron «Papito»,
y estuvo a sólo un pacito,
de darle una apoplejía.

II
La experiencia le valió,
y esta vez ya más calmado,
dejó la vergüenza a un lado
y a contraluz avanzó.
Fue entonces que divisó
el fuego de una mirada
que en su anatomía anclada
daba miedo al mismo susto,
mas no quiso darle el gusto
de irse, así, sin hacer nada.

III
Dos pasos, y ella se irguió
hizo un gesto de: «Cerrado»;
y él, aún esperanzado,
sonriente la saludó.
—Pero, a ver, ¿para qué entró?;
le hice señas, le advertí.
—Pues sepa que desde allí
nadie pueda verla a usted;
yo solo tenía sed,
y intenté calmarla aquí.

IV
Ella volvió al celular,
como diciendo: «Hasta luego».
Él meditó: «Y si le ruego,
quizás la logre ablandar…».
—¿No me puede despachar,
solo una agüita, un pomito?
—Tío, mi amor, mi amorcito…,
—No, por favor, ya no siga…
—¿Cómo quiere que le diga
que estoy cuadrando, papito?

Helen

Rayma Elena Hernández García (Helen)

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